La Conquista de Hispania
La Conquista de Hispania no fue una empresa fácil para la República de Roma. Aunque se planteó al final de la Segunda Guerra Púnica, Roma se encontraba en otros conflictos en el Mediterráneo oriental y decidió posponerla para un mejor momento.
Los dominios romanos en la península se dividieron en dos provincias, la Hispania Citerior (la costa desde los Pirineos hasta Cartago Nova) y la Hispania Ulterior (toda la franja andaluza que queda bajo del Guadalquivir). Los gobernadores asignados a estas dos provincias solían buscar su enriquecimiento personal mediante el robo y el abuso a las poblaciones locales. Este proceder generó una gran hostilidad hacia todo lo romano, dificultando todavía más la conquista de Hispania para la República.
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Primera fase de la conquista: Catón y Sempronio Graco (197-180 AC)
Corría el año 197 AC cuando un pueblo local, llamado Turdetania por los romanos, se levantó en armas antes los constantes abusos de los invasores. La rebelión estaba dirigida por Culcas y Luxinio, que llevaron la lucha hasta la costa, en las importantes ubicaciones de Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñécar). De allí, se extendió por las dos provincias y parece que a gran parte de la Península Ibérica, con la excepción del pueblo Ilergete (actual provincia de Lérida).
Para sofocar el levantamiento, Roma envía al cónsul Porcio Catón junto con dos legiones que reforzaban a las dos ya presentes en el terreno. Catón desembarcó con muchas dificultades en Ampurias e inició el avance hacia el sur, mientras que los dos pretores que lo acompañaban se internaron en la península en busca de los turdetanos. Las campañas pretorianas no tuvieron éxito, y el cónsul se vio obligado a acudir en su auxilio. Una vez salvadas sus legiones, intentó tomar tanto Segontia (Sigüenza) como Numancia (Soria), pero fracasó en ambas y retornó a la costa catalana. Antes de regresar a Roma (195 AC), únicamente consiguió reorganizar las zonas mineras de la zona noreste.
Con la retirada de Catón, los enfrentamientos se recrudecieron y a pesar de algunas victorias romanas que consolidaron sus posiciones, hasta la intervención de Tiberio Sempronio Graco no se puede considerar que los romanos consiguiesen avanzar en la Conquista de Hispania. Nombrado pretor de la Hispania Citerior, estaba casado con Cornelia, hija de Escipión «el Africano», y fue el padre de los más destacados Tribunos de la Plebe de Roma, Tiberio y Cayo Graco, de los que hablaremos más adelante.
Graco llegó a Hispania en el año 180 AC, consiguió penetrar en Oretania, atravesó Carpetania y llegó a Celtiberia (ver mapa). La Batalla del Moncayo (179 AC), entre romanos y celtíberos, supuso el fin de la rebelión de los hispanos. Aun así, Graco mantuvo una política de pacificación y de acuerdos con los pueblos locales: a cambio de pagar tributos a Roma y renunciar a fortificar sus ciudades, recibieron tierras cultivables y un trato mucho más equitativo de los administradores romanos.
Guerra contra celtíberos y lusitanos: Cepión y Viriato (154-143 AC)
Los acuerdos que habían sido pactados con Sempronio Graco fueron constantemente incumplidos por sus sucesores. En el 171 AC una embajada llegó a explicar ante el Senado la situación y pidió soluciones para Hispania, pero Roma no tomó ninguna acción efectiva para zanjar los problemas. Así, en 170 AC los celtíberos se levantan en armas liderados por Olónico. A partir del 163 AC se unirán los lusitanos. El conflicto se recrudeció a partir del 154 AC.
Un nuevo líder lusitano llamado Púnico condujo a sus tropas a través de los territorios romanos de Hispania, llegando hasta el Mediterráneo y diezmando al ejército romano. Aun así, aunque fue derrotada por las legiones, la rebelión hispana no había hecho más que empezar.
En el año 153 AC volvieron a alzarse los celtíberos. Una de sus tribus, los belos, estaba construyendo una fortificación que incumplía el pacto firmado con Graco. Los arévacos, otra tribu celtibérica, acudió en ayuda de los belos cuando el mando romano se disponía a castigarlos. Roma envío a la Citerior a su cónsul Fulbio Nobilior, que fue derrotado en Numancia y perdió la alianza con Ocilis (Medinaceli), quedando aislado. Claudio Marcelo fue enviado desde la metrópolis para dar la vuelta a la situación. Marcelo era mucho más dialogante y menos sangriento que los enviados habituales, así que los hispanos creyeron encontrarse ante un nuevo Sempronio Graco. Se llegaron a acuerdos entre las partes que evitaron derramamientos de sangre, a pesar de las exigencias que llegaban a Marcelo desde Roma. Lucinio Lúculo, el sucesor de Marcelo, llegado al año siguiente, no continuó con la política de pacificación. A pesar de conquistar Cauca (Coca, Segovia) e Intercatia (provincia de Zamora), no pudo tomar Palancia (Palencia) y hubo de retirarse hasta el río Duero. Parecía que la rebelión tomaba un descanso, pero nada más lejos de la realidad…
En la Ulterior, las ansias de enriquecimiento de su gobernador Sulpicio Galba le llevaron a cometer un sanguinario asesinato: ofreció a los lusitanos paz y tierras si abandonaban las montañas. Cuando consiguió reunirlos para acordar las condiciones los masacró sin contemplación. Murieron la práctica totalidad de los presentes, pero en el reducido grupo de supervivientes se encontraba un lusitano llamado Viriato.
Viriato es uno de los personajes más célebres de la Conquista de Hispania. Ha sido mitificado y reclamado como héroe nacional tanto por portugueses como españoles. De lo que no cabe duda es que fue un hábil guerrero, capaz de poner en serios aprietos a un ejército mucho más profesional y numeroso, como era el romano.
A partir del 147 AC los lusitanos de Viriato plantearon una guerra de guerrillas. El plan de ataque consistía en iniciar ataques a pequeña escala y, cuando los soldados romanos perseguían a los reducidos grupos lusitanos durante su retirada, emboscarlos. Esta estrategia, además, de proporcionar sonadas victorias a los hispanos, como la captura de los pretores Vetilio (que ejecutaron) o Plautio Hipseo, consiguió crear un estado permanente de alerta e inseguridad en las filas romanas. Aunque Viriato fue derrotado en Bailén (144 AC), la lucha continuó sin descanso hasta el año 141 AC. Viriato había capturado al procónsul Fabio Masimo Serviliano, pero lo dejó libre a cambio del cese de las contiendas.
El año siguiente el procónsul fue sucedido por Servilio Cepión, que retomó la vía de la violencia. Cuando el romano se dio cuenta de que la resistencia de Viriato era muy superior a la esperada, sobornó a tres de sus amigos más cercanos para que lo asesinaran. La muerte del líder lusitano supuso el final de la guerra. No obstante, el Senado negó el triunfo a Cepión al haber considerado que había comprado su victoria en lugar de ganarla en el campo de batalla. La leyenda dice que el Senado también se negó a pagar lo acordado a los asesinos de Viriato, acuñando la famosa expresión «Roma no paga a traidores«. De este último episodio no hay evidencia histórica y apunta a que podría ser una invención de historiadores romanos posteriores, que buscarían ensalzar los valores de honor de los ejércitos de Roma.
La Guerra de Numancia (143-133 AC)
La Guerra de Numancia contiene otro de los episodios legendarios de la Conquista de Hispania. Corría el año 143 AC cuando Olónico, el lider celtibérico que ya se había levantado contra Roma en el 170 AC, volvió a iniciar una rebelión.
La guerra le costó a Roma 10 años de esfuerzos y dolores de cabez a 8 cónsules, incluido Escipión Emiliano (nieto de «el Africano», y que ya se había de reducir Cartago a cenizas durante la Tercera Guerra Púnica, como vimos en el post anterior). Numancia contaba con unos 8000 defensores, que mantuvieron la ciudad frente a ataques y asedios de atacantes mucho más numerosos. La historiografía romana incluso llega a comparar a Numancia con Cartago, lo que nos da una muestra de la dificultad de su conquista.
Los sublevados ibéricos capturaron un ejército romano entero junto al río Ebro, en el 137 AC. La intervención de Tiberio Sempronio Graco, hijo del anterior pretor de la Citerior, consiguió liberar las tropas romanas y llegar a un acuerdo de paz. En cuanto los hispanos liberaron a los romanos Escipión Emiliano consiguió invalidar el acuerdo de Graco y reiniciar la guerra.
La pesadilla romana en la Hispania Citerior continuó hasta que Escipión Emiliano fue nombrado cónsul por segunda vez. El hombre que había arrasado Cartago no iba a permitir que una pequeña ciudad generase más quebraderos de cabeza a Roma. Se dirigió a Hispania, reorganizó el ejército (empezando por la disciplina de las tropas destinadas en la península) y lo reforzó con tropas llegadas de Italia y África. Avanzaba con todo el ejército a la vez y llegó a las puertas de Numancia con 50.000 hombres. Con una estrategia mucho más inteligente que sus predecesores, se limitó a sitiar la ciudad, garantizando con su enorme milicia que nada ni nadie pudiese comunicarse con el exterior. Llegó a cortar el río Duero levantando dos castillos, uno en cada orilla.
A pesar del impresionante sitio, 6 numantinos consiguieron escapar para pedir ayuda. Sólo en Lutia consiguieron apoyos, pero los ancianos de la ciudad, temerosos de las represalias romanas, los entregaron a Escipión. El romano ordenó que les cortaran las manos a 400 de los voluntarios.
Varios meses después, los defensores asumieron que Numancia no tenía ninguna oportunidad, así que enviaron a un emisario, Avaro, para pactar con Escipión la rendición. La respuesta del cónsul fue rotunda: la rendición de la ciudad debía ser incondicional. Los sitiados se prepararon para continuar resistiendo, asesinando al propio Avaro como muestra de su determinación. Poco tiempo después, los pocos supervivientes se entregaron. Escipión eligió a 50 de ellos para llevarlos a Roma y participar en su triunfo, pero el resto fueron vendidos como esclavos. La ciudad fue arrasada y su conquistador pasó a ser conocido con el nombre de «el Numantino«. En esta victoria Escipión Emiliano no obtuvo beneficio económico alguno, ya que Numancia no contaba con recursos ni riquezas. Hubo de pagar a los soldados con su propio dinero.
Con la caída de Numancia concluye la fase más sangrienta de la Conquista de Hispania. Pero la Península Ibérica todavía tardará más de un siglo en ser dominada por Roma, hasta el final de las Guerras Cántabras (29-19 AC).
Para saber más / fuentes consultadas
- Cabrero Piquero, Javier y Fernández Uriel, Pilar (2014). Historia Antigua II: El mundo clásico. Historia de Roma. Universidad Nacional de Educación a Distancia. ISBN 978-84-362-5468-6. Comprar este libro
- Beard, Mary (2015). SPQR. Una Historia de la Antigua Roma. Editorial Planeta. ISBN 978-84-9892-955-3. Comprar este libro
- Parque Arqueológico de Numancia. https://numanciasoria.es